martes, 13 de mayo de 2014

El monólogo de Don Álvaro de la jornada III - sus sentimientos, y cómo averigua Don Félix / Carlos la verdadera identidad de don Fadrique / Álvaro y el procedimiento dramático.

El monólogo de Don Álvaro de la jornada III - sus sentimientos, y cómo averigua Don Félix / Carlos la verdadera identidad de don Fadrique / Álvaro y el procedimiento dramático.

La escena tiene lugar en Veletri, Italia, después Don Álvaro mató al Marqués en un accidente terrible y tuvo que huir de España. El autor nos ofrece el monólogo de Don Álvaro, en el que se emplea una gran variedad de técnicas lingüísticas para explicar eficazmente sus sentimientos:

DON ÁLVARO
 (Solo)  
   ¡Qué carga tan insufrible
es el ambiente vital
para el mezquino mortal
que nace en signo terrible!
¡Qué eternidad tan horrible 895
la breve vida! Este mundo,
¡qué calabozo profundo
para el hombre desdichado
a quien mira el cielo airado
con su ceño furibundo! 900
Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga,
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.
Si nos está concedida 905
sólo para padecer,
y debe muy breve ser
la del feliz, como en pena
de que su objeto no llena,
¡terrible cosa es nacer! 910
Al que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso;
cuando es más fuerte y brioso, 915
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella;
y yo, que infelice soy,
yo, que buscándola voy,
no pudo encontrar con ella. 920
Mas ¿cómo la he de obtener,
¡desventurado de mí!,
pues cuando infeliz nací,
nací para envejecer?
Si aquel día de placer 925
(que uno solo he disfrutado),
Fortuna hubiese fijado,
¡cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado! 930
Para engalanar mi frente,
allá en la abrasada zona,
con la espléndida corona
del imperio de Occidente,
amor y ambición ardiente 935
me engendraron de concierto;
pero con tal desacierto,
con tan contraria Fortuna,
que una cárcel fue mi cuna
y fue mi escuela el desierto. 940
Entre bárbaros crecí,
y en la edad de la razón,
a cumplir la obligación
que un hijo tiene, acudí;
mi nombre ocultando, fui 945
(que es un crimen) a salvar
la vida, y así pagar
a los que a mí me la dieron,
que un trono soñando vieron
y un cadalso al despertar. 950
Entonces, risueño un día,
uno solo, nada más,
me dio el destino, quizás
con la intención más impía.
Así en la cárcel sombría 955
mete una luz el sayón,
con la tirana intención
de que un punto el preso vea
el horror que le rodea
en su espantosa mansión. 960
¡Sevilla! ¡Guadalquivir!
¡Cuál atormentáis mi mente!...
¡Noche en que vi de repente
mis breves dichas huir!...
¡Oh, qué carga es el vivir! 965
¡Cielos, saciad el furor!
Socórreme, mi Leonor,
gala del suelo andaluz,
que ya eres ángel de luz
junto al trono del Señor. 970
Mírame desde tu altura
sin nombre en extraña tierra,
empeñado en una guerra
por ganar mi sepultura.
¿Qué me importa, por ventura, 975
que triunfe Carlos o no?
¿Qué tengo de Italia en pro?
¿Qué tengo? ¡Terrible suerte!
Que en ella reina la muerte,
y a la muerte busco yo. 980
¡Cuánto, oh Dios, cuánto se engaña
el que elogia mi ardor ciego,
viéndome siempre en el fuego
de esta extranjera campaña!
Llámanme la prez de España, 985
y no saben que mi ardor
sólo es falta de valor,
pues busco ansioso el morir
por no osar el resistir
de los astros el furor. 990
Si el mundo colma de honores
al que mata a su enemigo,
el que lo lleva consigo,
¿por qué no puede...?
(de Rivas, D (1835))

La mezcla de exclamaciones y adjetivos negativos y melancólicos crea un ambiente muy pesimista, enfatiza el sentimiento de desesperación y lamenta la idea que la vida es tan frágil y breve ("¡Qué carga tan insufrible... que nace en signo terrible!", "¡Qué eternidad tan horrible...!"). 

También hay la personificación del tiempo para demostrar más a fondo la soledad de Don Álvaro: 
"¡qué calabozo profundo
para el hombre desdichado
a quien mira el cielo airado
con su ceño furibundo!"
(de Rivas, D (1835))

 Aun el cielo es feroz y lo juzga y por eso no puede encontrar solaz ni en la naturaleza ni en las personas... es completamente solo. Quizás el ceño furibundo del cielo es un reflejo de la sociedad que le culpan de la muerte del Marqués, y muestra que no puede huir de la mirada critica de la gente, aunque ha abandonado el país, y que siempre va a llevar los sentimientos de remordimiento de la muerte.

Pero hay una frase en particular que captura mejor ese sentimiento de soledad y depresión: 

"¡desventurado de mí!,
pues cuando infeliz nací,
nací para envejecer?"

(de Rivas, D (1835))

Aquí, se revuelca en autocompasión y reflexiona sobre el sentido de la vida, sugiriendo que todo es inútil porque todo el mundo va a envejecer y morir al final. El sentimiento de la perdida de esperanza es muy fuerte en esta parte.

La personificación de la Muerte también destaca el sentido del destino; que todo lo que hace es sin propósito porque no puede cambiar ni el futuro ni el pasado:

"Fortuna hubiese fijado,
¡cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado!"
(de Rivas, D (1835))




Lo mas deprimente aparece en forma de una metáfora:

"con tan contraria Fortuna,
que una cárcel fue mi cuna
y fue mi escuela el desierto."

(de Rivas, D (1835))

lo que subraya que fue condenado del principio y que fue destinado al fracaso.


Al inicio, Don Álvaro y Don Carlos no saben la identidad verdadera uno al otro, y se hacen amigos, después de que Don Álvaro salva su vida. Hay una presencia fuerte de ironía aquí, porque Don Carlos es lleno de gratitud y dice que le debe su vida ("Mi gratitud sepa, pues, a quién la vida he debido"), pero cuando abre la caja de Don Álvaro y descubre y confirma su identidad verdadera. Luego, el sentido de ironía se intensifica cuando Don Carlos ayuda a Don Álvaro a recuperarse para que pueda retarle a una pelea, porque como resultado Don Álvaro se ve obligado a matarle a pesar del hecho que le tiene cariño. Este acontecimiento crucial aumenta intensamente sus sentimientos de culpa y provoca su elección de aislarse de la sociedad por hacerse fraile, viviendo en el Convento de los Ángeles. 


Bibliografia:

de Rivas, D (1835). Don Álvaro o la fuerza del sino. Madrid.